miércoles, 20 de mayo de 2009

Educación. (Los extremos se tocan)

LOS EXTREMOS SE TOCAN.


No son pocos los padres de las últimas generaciones decididos a no repetir con los hijos los mismos errores que pudieron haber cometido con ellos sus progenitores.

Y en el esfuerzo de abolir los abusos del pasado, ahora son los más dedicados y comprensivos, pero a la vez los más débiles e inseguros.

Lo grave es que se está lidiando con unos niños más "igualados", beligerantes y poderosos que nunca.

Parece que en el intento por ser los padres que quisieron tener, se pasó de un extremo al otro. Así que, son los hijos regañados por sus padres y los padres regañados por sus hijos.

Los que tuvieron miedo a sus padres y los que temen a sus hijos. Los que crecieron bajo el mando de los padres y los que viven bajo el yugo de los hijos.

Lo que es peor, los que respetaron a sus padres, y los que aceptan que sus hijos no les respeten.

En la medida que el permisivismo reemplazó al autoritarismo, los términos de las relaciones familiares han cambiado en forma radical, para bien y para mal.

En efecto, antes se consideraban buenos padres a aquellos cuyos hijos se comportaban bien, obedecían sus órdenes y los trataban con el debido respeto. Y buenos hijos a los niños que eran formales y veneraban a sus padres.

Pero en la medida en que las fronteras jerárquicas entre padres e hijos se han ido desvaneciendo, hoy los buenos padres son aquellos que logran que sus hijos los amen, aunque poco los respeten.

Y son los hijos quienes ahora esperan el respeto de sus padres, entendiendo por tal que les respeten sus ideas, sus gustos, sus apetencias, sus formas de actuar y de vivir. Y que además les patrocinen lo que necesitan para tal fin.

Como quien dice, los roles se invirtieron, y ahora son los papás quienes tienen que complacer a sus hijos para ganárselos, y no a la inversa, como en el pasado.

Esto explica el esfuerzo que hoy hacen tantos papás y mamás por ser los mejores amigos de sus hijos y parecerles "muy guay" a sus hijos, olvidando, quizás, que el ser padre implica ser mucho más que amigo.

Se ha dicho que los extremos se tocan, y si el autoritarismo del pasado llenó a los hijos de temor hacia sus padres, la debilidad del presente los llena de miedo y menosprecio al verlos tan débiles y perdidos como ellos.

Los hijos necesitan percibir que durante la niñez se está a la cabeza de sus vidas, como líderes capaces de sujetarlos cuando no se pueden contener y de guiarlos mientras no saben para dónde van.

Si bien el autoritarismo aplasta, el permisivismo ahoga.

Sólo una actitud firme y respetuosa les permitirá confiar en su idoneidad para gobernar sus vidas mientras sean menores, porque se va delante liderándolos y no atrás cargándolos y rendidos a su voluntad.

Es así como se evitará que las nuevas generaciones se ahoguen en el descontrol y hastío en el que se está hundiendo la sociedad que parece ir a la deriva, sin parámetros, ni destino.

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